Artículo publicado en el programa de fiestas de 1998 con motivo del XXV Aniversario de la Asociación de Moros y Cristianos.

 

NOTICIA DE UN SERVICIO

Dar noticia de uno mismo a modo de memoria tiene el grave incoveniente de la parcialidad más manifiesta y si me atrevo a informar desde estas páginas de nuestro trabajo al frente de la Asociación es por dos motivos; primero porque así me lo solicita la actual Junta Directiva preocupada por dejar constancia de los avatares por los que ha pasado la Asociación, lo que es digno de elogio y, en segundo lugar, porque no fue labor sólo mía sino de todo un equipo que entregó mucho a la Asociación.

Tomamos la responsabilidad, justo es decirlo, tras un tiempo de cierta conflictividad, lo que por otra parte es signo de vitalidad. Heredamos una Asociación que estaba gestionada por la generosidad de Gabriel Esteve, tras numerosas dimisiones (consta en el Libro de Actas una propuesta de disolución si nadie se hacía cargo) y que la gestionaba hasta que se presentara alguien, y que para colmo habían tomado un acuerdo legítimo en Asamblea General imponiendo una sanción (la máxima: no salir un año) a un grupo, y como primera medida de nuestro quehacer nos tocaba el amargo trago de aplicarla. No fue una forma grata de iniciar una andadura, pero los cargos con frecuencia son cargas y era preciso estar a las duras y a las maduras.

Entre 1986 y 1991 la Asociación fue fundamentalmente dirigida desde mi presidencia por Ramón Rocamora (Jaira) como vicepresidente. Pocos asociados tienen tanta experiencia y capacidad negociadora como él y que, a pesar de haber sido antes un excelente presidente, accedió a incorporarse por petición mía. Más tarde fue sustituido por María José Atienza (Mudéjares); entonces su grupo era especialmente inquieto y alborotador y con su incorporación a la Junta se serenaron algunos ánimos. Eugenio Marco (Calatrava) como secretario, verdadero factótum y probablemente e asociado que más horas le ha dedicado a la Asociación. María del Mar Lucas (Muzalé) como tesorera y luego José Antonio López Pacheco (Muzalé) en el mismo puesto; todos ellos extraordinarios en su lealtad y dedicación, llegando mucho más allá del simple cumplimiento.

Nos pareció que la Asociación estaba funcionando un poco a remolque de los acontecimientos, que había perdido la iniciativa y alguno había que incluso auguraba la disolución inminente. Entendimos que la causa era carecer de la estructura y de las normas necesarias para el gobierno de unos grupos tan diversos que era preciso ser útil, justo y eficaz. A estos efectos elaboramos, respetando escrupulosamente los Estatutos, una serie de normativas que dieran cuerpo legal a la vida de una asociación festera, y así sacamos adelante el reglamento del Desfile, el de la Junta de Gobierno, el de la Junta Central, el del Presupuesto, el de Protocolo, el de Recompensas y Premios, instituyendo el Festero del Año y las diversas insignias de oro y plata, etc…

Quizá hicimos muchas normas, pero estimamos que era necesario dotar a la institución de los mecanismos propios para un gobierno objetivo, sereno, firme y claro, donde todos fueran iguales en derechos y deberes, para que cada cual supiera a lo que atenerse.

Fue una labor ardua que precisó un esfuerzo de redacción, negociación y muchas reuniones y compromisos para los que yo, personalmente, me obligué a asistir (era la primera vez que un presidente lo hacía) a reuniones internas de casi todos los grupos para conocerlos mejor y para explicarles cuáles eran nuestras ideas hasta conseguir, por la vía democrática, que todos los grupos aceptaran las reformas y reglamentos como propios. Fue un trabajo largo porque en aquellos días muchos integrantes de grupos sólo iban a la fiesta con ánimo de divertirse, cuando no de juerga, olvidando –con la mejor intención- que nuestra fiesta, aunque alegre y lúdica, era y es un escaparate de Abanilla y no se podía, un año tras otro, dar un espectáculo impropio de desfilantes pasados de copas, por decirlo de una forma suave.

Conseguimos que el Ayuntamiento nos proporcionara una sede permanente y apropiada en La Encomienda para realizar las actividades de la Asociación donde todos, en pie de igualdad, nos pudiéramos reunir adecuadamente.

Por artesanos del bordado de Lorca se elaboró el banderín de la Asociación, tomamos la iniciativa en la noche inaugural de la fiesta, se reguló el concurso de carteles implicando en el mismo al Ayuntamiento y a la Hermandad. Tras muchas gestiones se consiguió que la ayuda de la Oficina de Turismo de la Comunidad Autónoma acrecentara su cuantía. Nos hermanamos con la Cofradía de Caravaca. Incorporamos por primera vez un seguro de responsabilidad civil para el desfile con lo que se llevó de forma efectiva y real la relación de componentes de los grupos hasta entonces muy deslavazada y que ahora, con la Junta actual, ha llegado a la formalización completa de los datos como siempre debió ser.

Instauramos el criterio de que la formación de nuevos grupos había de ser proporcional en los dos bandos, y fuimos restrictivos a la hora de autorizar la creación de nuevos grupos por entender que se estaban atomizando, hasta el punto de que cuando había las lógicas diferencias dentro de los grupos se pretendía escindirse llegando a fragmentarse sucesivamente, hasta llegar a la situación actual en la que con cinco mil habitantes tenemos más grupos que en Murcia, por ejemplo, lo que dificulta extraordinariamente la organización y hace interminables los desfiles.

Dejé la presidencia de la Asociación cuando entendí, aunque fuera aritméticamente suficiente, que no tenía el apoyo que yo buscaba para conservar el liderato y la autoridad necesaria para avanzar en la organización de la fiesta. Nunca permití que los grupos más fuertes se impusieran por razón de su número y no por la fuerza de la lógica y de la razón. Creo que salí de la presidencia sin enemigos aunque mantuviera criterios distintos con alguien. Pero si no fuera así, pido disculpas.

Pienso, en definitiva, que en veinticinco años se vertebró la Asociación de una forma tal que todavía perdura, y desde luego, no fue mérito alguno de los que tan generosamente estuvieron conmigo y sobre todo de los asociados que entendieron que la fiesta había dejado de ser un simple desfile divertido para pasar a ser la más conocida fachada de Abanilla, en la que se festejaba, junto con nuestra patrona, el pasado de un pueblo antiguo que sacaba a la calle su historia. Siempre entendí que en nuestra fiesta se daba cumplimiento al lema de las Naciones Unidad: «De sus espadas harán arados y de sus lanzas podaderas». Habíamos sido capaces de transformar una epopeya de enfrentamientos entre españoles musulmanes y cristianos, en una fiesta llena de música y colorido. Esta es nuestra razón de ser.

Julio Rivera Rocamora

Presidente 1986-1991